Los hechos violentos que atentan contra la vida de las personas nunca son justificables, y menos aún si se hacen en nombre de Dios. La palabra «Dios» sólo tendrá su significado auténtico si incluye el respeto, la aceptación y la estima por el otro, sea de donde sea, hable como hable, crea lo que crea.

Sólo partiendo de esta premisa podremos ser constructores de una auténtica cultura de la paz. Pero con mucha facilidad nos desviamos de este camino que parece tan claro. Estoy pensando en una oración que se hizo por las víctimas de Barcelona y Cambrils, donde también se rogó por los terroristas. Un pequeño grupo allí presente se molestó por la inclusión de los terroristas en la oración, aduciendo que no eran merecedores de ella. Esto demuestra con qué facilidad juzgamos a la gente y adoptamos la actitud maniquea de creer que unos somos los buenos y los otros son los malos.

Es un hecho que las religiones tienen una gran capacidad movilizadora, y esta capacidad puede hacer un gran bien para proponer los valores éticos que están al servicio de los derechos humanos y, en definitiva, al servicio de la paz. Si infravaloremos esta fuerza en favor de la paz, nos perdemos la gran oportunidad de poner los aspectos positivos de las tradiciones religiosas al servicio de la resolución de los grandes conflictos.

No debemos negar que el factor religioso, a lo largo de la historia, ha alimentado muchas disputas, pero esto ha sido así por una grave infidelidad a los valores fundacionales de las propias religiones. También es verdad que hemos visto gestos esperanzadores, los de un pueblo que ha afrontado la agresión de una forma cívica y sin afán de revancha. Que se ha manifestado inequívocamente en favor de la paz, priorizando la razón sobre lo que es irracional, priorizando el diálogo sobre la violencia, priorizando la tolerancia sobre la intransigencia, priorizando el respeto por el otro sobre el rechazo o la indiferencia, en definitiva, priorizando el amor sobre el odio. Sólo así y únicamente así, priorizar la paz sobre la guerra.

Acerca del autor

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Licenciado en Ciencias Químicas, Master en Astronomía, casado con Blanca, dos hijos, cuatro nietos, colaborador habitual de Ràdio Estel, de Ciutat Nova y de CAT-Diàleg. Asesor ocasional de la Eurocámara en temas de medio ambiente.

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